Los héroes, la épica y el relato oral


Los héroes, la épica y el relato oral


La Voz y las historias

Es ya noche cerrada y el frío penetra hasta los huesos. Las estrellas brillan pálidas en lo alto, y en lo bajo se enciende un fuego. Un grupo de personas se apiña alrededor de las llamas danzarinas, tan cerca como pueden estar sin quemarse. La luz apenas si logra empujar hacia atrás las sombras de la noche, que se aferran al círculo de los reunidos, alargándose a sus espaldas. Y entonces se eleva una voz, que quiebra el silencio. Es uno de los mayores, que comienza a hablar, contando una historia oída en los años de su juventud.

La escena podría repetirse en casi cualquier época. No importa si es un campamento de niños scout o si es una tropa de soldados en vela antes de la batalla del día siguiente. Aunque solemos dividir el tiempo en historia y prehistoria, marcando como punto de referencia la aparición de la escritura, lo cierto es que, escritura o no, siempre ha habido historias que contar: y desde que el hombre es hombre fue la voz el vehículo para que las experiencias de una generación pasaran a la siguiente.

Creo que no es muy difícil afirmar que la existencia misma de nuestra especie ha sido siempre problemática: no contamos con un instinto poderoso que nos resuelva en cada momento la interrogante sobre qué es lo que tenemos que hacer, ni armas o herramientas naturales que nos faciliten la sobrevivencia. Y sin embargo, aquí estamos. Tú frente a un teléfono u otro aparato inteligente, y yo tecleando cómodamente sobre mi computador. Ni tú ni yo, creo, tenemos la más mínima idea de cómo se hace un computador, o cómo se transmite el código de 0s y 1s que permite esta comunicación entre nosotros. O quizá tú si lo sepas, pero me tendrás que conceder, al menos, que el funcionamiento de la informática no es algo de conocimiento general.

El éxito del hombre se debe a su inteligencia, a la posibilidad de razonar y, pese a no tener herramientas, fabricarlas por sí mismo. No tenemos instinto como el de los animales, pero podemos en cambio decidir cada una de nuestras acciones y emprender el camino de la Historia, de la creación de cultura: porque nuestra vida no tiene por qué ser un ciclo predeterminado y repetitivo: y de ese modo no hay ninguna que sea idéntica a la otra. Pero la inteligencia y la libertad no bastan para la Humanidad, aunque basten individualmente para ti y para mí. ¿Estaríamos aquí, tú y yo, a cada lado de "la línea" de Internet, si cada hombre, cada generación, hubiese tenido que partir desde cero? Si fuera así, ni siquiera estoy seguro de que pudiésemos estar en torno a un fuego: o sea, ni siquiera en el primer párrafo de este artículo.

La experiencia de los hombres del pasado es fundamental para nuestra vida del presente. Hoy, la recabamos mayoritariamente de soportes externos, ya sea escritos en papel físico o digital. Esto facilita que las cosas se digan una sola vez y duren para siempre: escribo estas líneas un 5 de febrero de 2021, pero tú quizá las leas o releas días, meses, o años después. Da igual. Aquí seguirá la información, para quien quiera aprender algo sobre oralidad.

Sin embargo, no podemos pretender que todo, que la acumulación de conocimientos y experiencias que nos llevaron a nuestro "hoy", comenzó con la escritura. Pues no saltamos de la fogata al escritorio: antes, hubo miles de años de auténtica cultura humana, de aprendizaje, de hechos y dichos importantes. Y luego hubo siglos de coexistencia de lo escrito y de lo oral, ambos como fuentes importantes de conocimiento. Por supuesto, hubo milenios en que las preguntas no se resolvían escribiendo en la cajita del buscador de Google. Antes de todo esto, fue la voz. La transmisión de la voz.

Para el hombre y la mujer de entonces, contar historias no era simplemente un entretenimiento. Era una forma de conocer, de aprender del pasado. La mejor forma de recordar información es dándole un sentido. Haciéndola parte de una narración, de una experiencia para quien la oye. La anécdota puede parecer tonta, pero aún recuerdo que, para enseñarme a hacer el nudo de la corbata, mi padre usó la historia de un conejo, que daba una vuelta a un árbol, se encontraba con un zorro, entraba y salía de su madriguera... y cada uno de los pasos de la historia iba acompañado con un movimiento acorde de la mano y la corbata: al terminar el nudo estaba perfectamente hecho. Y bastó sólo una vez: la historia quedó grabada, y con ella, también el nudo de corbata.

Decía al principio que el mundo parece ser hostil al hombre. Es lógico, entonces, que las historias de esos primeros fogones tratasen de supervivencia: de cuidar lo que nos une —los lazos de unos con otros: y en esto, las historias de fogón sirven también para subrayar esa comunidad de oyentes, que por un tiempo sienten y esperan todos lo mismo— y defendernos de lo que nos amenaza: ya sea la naturaleza implacable o ya sean otros hombres nada amistosos. La forma de lograr este triunfo frente al caos que ronda a la comunidad humana debía sintetizarse de alguna manera. Si había habido generaciones exitosas en este ámbito, gentes que habían logrado dominar o colaborar con las fuerzas naturales, vencer enemigos, cazar grandes bestias, no podía ser que ese conocimiento muriese con aquellos que vivieron el momento, condenando a los hijos a "redescubrir la rueda". Había que transmitir la experiencia. Y, quizá, la mejor síntesis de todo ello era la vida de alguien conocido, de quien fue un padre, un protector. Quizá un conocedor del medio natural o de algún arte curativo. O simplemente un gran consejero en momentos difíciles. Su vida podría caer en el vacío dos o tres generaciones después, a menos que se cuente su historia. Y con su ejemplo, los que vengan sabrían cómo seguir actuando, creciendo y generando nuevas historias que sirvan a los que vendrán en el futuro. Y así, en los comienzos del tiempo, nacieron los héroes.





Los héroes y la crisis

Lo de la vida heroica como síntesis de lo que se busca transmitir a los que vienen no es algo dicho al azar. Si no hay escritura, el conocimiento no puede tomar la forma de un tratado científico, de precisión matemática o lleno de argumentos enrevesados ¿quién podría recordar cada uno de esos pasos? Por algo hoy en día se ponen por escrito. La oralidad obliga a la síntesis, obliga a las técnicas de memorización, como las imágenes y las rimas. ¿Esa vieja receta de tu plato favorito? Si quieres que pase a la próxima generación, mejor compón una canción con un ritmo fácil de recordar: "embute" la receta en la letra y todos recordarán cómo se hace el bocadillo. ¿Quieres que los que vengan recuerden una lección moral, que ha ti te costó un ojo de la cara –literalmente– aprender? Pues cuenta una buena fábula que deje una moraleja reconocible. Las imágenes y metáforas son excelentes sintetizadoras, porque se recuerdan fácil y se puede volver a ellas una y otra vez para sacar lecciones, muchas más de las que se podría sacar, quizá, de un texto directo: porque la imagen se vuelve a actualizar en el contexto de quien la oye.

Entonces, si hubo personas que se pusieron al frente de la comunidad, la aunaron y vencieron al mal que les acechaba, si hubo quien restableciera el orden que permite vivir en paz, su vida y sus hechos ¡sus gestas! tienen mucho que enseñar, tanto sobre cómo conviene vivir para mantener ese orden, como sobre la identidad misma de la comunidad. Ese hombre o esa mujer es un héroe, y su historia, un cantar de gestas. 

Historias como estas nacen en contextos de crisis. Contextos en los que, predominantemente, se exalta el valor guerrero y el honor, para hacer frente a la amenaza externa. Esas épocas de crisis son épocas heroicas. Si se las supera, la comunidad crece y sale de ellas con una verdadera batería de historias, de cantos épicos, que luego son recordados en las épocas más tranquilas, a veces con un dejo de añoranza por ese pasado heroico, que dora un poco el recuerdo: un pasado que seguramente, para los hombres del momento, tuvo un sabor mucho más duro y menos romántico que el que destila luego la leyenda.

A ese tiempo añorado por la épica —tiempo literario, y muchas veces indeterminado— es a lo que se llama Edad Heroica. Es distinta para cada comunidad. Pero es común a cada cultura que llegó a tener una épica propiamente tal: los griegos del siglo V antes de Cristo vivían en referencia al periodo aqueo, que fue la época de los reyes y de los héores, de Micenas, de Troya, de una Atenas aún en pañales... incluso la Iliada, la gran epopeya griega, muestra dependencias de héroes más antiguos aún: Héctor y Aquiles viven en una época en la que ya son leyenda Hércules, Teseo y Perseo. También la épica romana, representada por la Eneida, depende de una Edad Heroica Literaria, representada precisamente por el mito de Eneas y la caída de Troya. Los anglosajones cantaban en Inglaterra la epopeya de los gautas, el Beowulf, situado literariamente varios siglos antes en torno al báltico. Y así podríamos seguir: la gesta del Cid corresponde a aquel momento heroico de la frontera castellana del siglo XI, cantado todavía dos o tres siglos después, cuando esas tierras ya no eran frontera; los hechos de Roldán pertenecen al legendario heroísmo de los tiempos de Calomagno, muchos siglos antes de que se celebrara en tierra francesa la heroicidad del paladín carolingio.

Lo que quiero decir es que los héroes nacen en las crisis, pero sus historias son transmitidas de boca en boca, a veces por siglos, hasta que llegan a ponerse por escrito, habitualmente en momentos más tranquilos de la existencia de la comunidad que en su momento colaboraron en salvar. Y si corrieron de boca en boca, es porque su ejemplo admiraba, entretenía, y enseñaba. La gesta cantada engrandece al tiempo del que dice provenir, y da un tinte "histórico" al relato de quien la entona, para alumbrar el tiempo en que es oída. La canción pudo tener muchas formas antes de tomar la que quedó fijada por escrito, y quizá tuvo otras más después, perdidas en la oralidad. Lo importante, es que la vida del héroe antiguo seguía siendo relevante, y seguía siendo inspiración, para las personas que vivieron en un tiempo muy distinto al del héroe, siglos después.

La pregunta ahora, entonces, cae por sí sola: ¿pueden enseñarnos a nosotros, en pleno siglo XXI, algo todavía estas figuras? Pienso que sí, si sabemos escuchar, si atendemos al leer. Si hacemos lo que se supone se hace con la gesta: no solo admirarse con ese poderoso e inverosímil sablazo que acaba de partir en dos a un jinete y a su caballo, sino más bien admirarnos con la personalidad heroica y pensar si en algo nos puede ayudar su ejemplo a superar las propias crisis. No estoy diciendo que tomemos una espada y una capa, por supuesto: lo siento, tendrás que dejar eso para tu disfraz de halloween. No. Habitualmente el héroe de una gesta no es simplemente el fuerte. Aunque lo sea, y mucho. Pero lo que llama nuestra atención es su valor, o su resiliencia, o su rectitud pese incluso a las circunstancias trágicas de su historia, o algún atributo de ese estilo. A veces se hace referencia con esto al "viaje del héroe": viaje o proceso en que el héroe toma conciencia de quién es, enfrenta el peligro, en ocasiones falla o incluso muere, para finalmente resurgir y superar el obstáculo, mejorándose a sí mismo en el proceso. Esto, pienso, es también una metáfora de nuestra propia vida, de la que solo nosotros somos protagonistas.

La Fantasía y la nueva épica


Quizá en este momento te preguntes qué tiene que ver todo lo dicho, aunque haya sido interesante de leer (espero que sí, de otro modo, no hubieras llegado aquí), con Crónicas de una Espada y la fantasía épica. Aunque seguro, si has leído ya a Tolkien o a Lewis, te imaginarás por dónde va la pista.
Cuando los juglares medievales, o los aedos griegos, o los skaldos nórdicos, cantaban sus historias, les bastaba hacer referencia a una época pasada o a un lugar lejano —aunque no sea del ámbito de la épica, piénsese en el far, far away o en el érase una vez de tantos cuentos infantiles— para inmediatamente introducir a sus oyentes en un terreno en el que podían jugar con historia y ficción al mismo tiempo que dar la suficiente verosimilitud como para que su historia fuese creída y aceptada. 

Pero hoy en día, en el que el avance de la Historia como disciplina nos ha dado una consciencia más acabada del pasado, simplemente ya no hay lugar para que se nos haga creer en un tiempo confusamente determinado en el que se obraron portentos inverosímiles. Sin embargo, aunque no lo reconozcamos, seguimos necesitados del ejemplo de los héroes, de testimonios que marquen el camino, de vidas que nos enseñen a vivir y a superar miedos y obstáculos, encarnando convicciones que admiramos y deseamos para nosotros mismos y para quienes amamos.

La fantasía nos da la oportunidad de suspender el juicio histórico de la realidad, de sumergirnos en un mundo que, aunque sabemos que es ficción, funciona al modo de las antiguas imágenes de la oralidad, para hablarnos de nuestra propia realidad. Sí, seguro que habrá quien se pierda con los "fuegos artificiales", con los "efectos especiales" de la ficción: "¡mira, mira! ¡Un animal que habla!" Sin embargo, este no es el punto de la fantasía. De esto me gustaría hablar más extensamente en otro post, pero dejemos asentado que se trata de imágenes que nos hablan a cada uno, para actualizarlas en nuestra realidad.

Y por supuesto, sin olvidar lo fundamental, que es disfrutar con la historia del héroe. ¡Es que, si no se disfruta, si no se goza, tampoco se aprende! Esto lo sabían muy bien los antiguos: los juglares eran maestros de la entretención, era para eso que recorrían arriba y abajo los caminos. Para dar cátedra ya estaban los sabios de todos los tiempos, ya sea escribiendo libros o asentando refranes, si aún no había escritura. La épica, sin embargo, y la buena fantasía heroica, también, nos da un ejemplo formidable de cómo lo que más nos hace humanos —ese formar comunidad y vencer la adversidad, del que comenzamos hablando, y que se enraíza en sostener unas convicciones que nos identifican al tiempo que nos separan de las bestias y la ley de la selva—es también lo que más nos entretiene: porque hay algo verdaderamente gozoso en ir haciéndose cada día más auténticamente humano, y en oír las historias de quienes lo consiguieron primero, ya sea luchando con Carlomagno en los Pirineos, o corriendo detrás de Aragorn y Gandalf frente a las puertas de Mordor.



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